domingo, 14 de agosto de 2016

La pasión porteña por Abbas Kiarostami

En la segunda mitad de los 90, el regreso del Festival de Cine de Mar del Plata trajo una sección fundamental: Contracampo, a cargo de Nicolás Sarquís (Palo y hueso, Facundo, la sombra del tigre). Allí se vieron películas de grandes directores que luego serían figuras fundamentales en los festivales argentinos. Por ejemplo El sabor de la cereza de Abbas Kiarostami (que murió el lunes pasado), que venía de ganar la Palma de Oro en Cannes. ¿Cine iraní? ¿Kiarostami? Poco significaban entonces esas referencias aquí. Pero había una historia y una trayectoria de riqueza por explorar.


Kiarostami era ya un cineasta consagrado en Europa cuando se estrenó El sabor de la cereza. Sin embargo, en un fenómeno similar al de los récords de espectadores para el cine de Ingmar Bergman en los 60, la ciudad convirtió ese estreno del Lorca en un fenómeno inusual. Con un lanzamiento inicial de una sola copia, la película, ayudada por una crítica unánime que la calificó de extraordinaria y señaló su estreno como un acontecimiento insoslayable, se hizo moda y expandió su alcance más allá de la cinefilia. Los 130.000 espectadores fueron récord mundial y fueron más que el promedio por copia de Titanic. Era la película que "había que ver". Tanto fue el éxito que luego se estrenó no solamente buena parte de la filmografía posterior de Kiarostami sino además cuatro de sus magníficas películas previas. Y, por un tiempo, fue normal encontrar films iraníes en la cartelera. Y el cine de ese país fue, incluso para ser despreciado con argumentos pueriles, una entidad con existencia, con visibilidad. Eso y mucho más nos trajo Kiarostami, cineasta que, como pasó con el famoso sueco, Buenos Aires supo abrazar con pasión particular.

Javier Porta Fouz
Diario La Nación, 10 de julio de 2016

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