lunes, 5 de mayo de 2014

Explotación indolente del sufrimiento ajeno

Reproducimos parte del ensayo que Rafa Morata hace sobre El viaje hacia la felicidad de mamá Küster, de R.W. Fassbinder, que proyectaremos el miércoles 14 de mayo a las 20 horas en Austria 2154, en la segunda función del ciclo dedicado al director alemán en el Cineclub La Rosa.


El viaje que propuso Fassbinder con esta obra maestra causó una enorme polémica en Alemania por su sarcástico contenido político (hubo de ser retirada de la competición oficial en el Festival de Berlín por amenazas), su crítica furibunda contra la prensa sensacionalista, y una visión despiadada de la institución familiar. Los críticos de izquierda la atacaron con especial ferocidad, muy disgustados por la imagen provocativa y desencantada que de ellos hizo alguien que consideraban de los suyos. Fassbinder se defendió argumentando que "No se trata de una película sobre los izquierdistas, sino sobre la vida en este país (...) ¡No pude hacerla de otro modo!". Y es que la felicidad hacia la que se encamina mamá Küsters no es otra cosa que la desilusión política y social que desenmascara la ausencia de solidaridad humana, la discrepancia entre las teorías políticas y la práctica de la vida cotidiana, o el egoísmo de las ideologías que se sirve de los problemas del individuo para explotarlos a su conveniencia: los rebeldes comunistas (presentados como intelectuales burgueses que, cafetera de plata en mano, sermonean a los proletarios, a los auténticos trabajadores) y anarquistas (presos de la acción ciega e indiscriminada cuyo único objetivo parece ser llamar la atención mediante la lucha armada) se comportan del mismo modo insensible que la sociedad contra la que se rebelan, compartiendo con la prensa sensacionalista la explotación indolente del sufrimiento ajeno, el mismo desprecio hacia cualquier atisbo de humanidad en su cruzada: "El itinerario de la señora Küsters es un malvado y siniestro juego de la oca, un recorrido en el que se abonará sistemáticamente a las casillas negativas de dicho juego, regresando, cada vez que tira el dado, a la casilla de salida, la del desasosiego y la soledad", afirma acertadamente Yann Lardeau.

La ingenuidad, la pureza de esta antiheroína aferrada a las promesas de todos aquellos que oportunistamente prometen ayudarla con el sueño de convertir su lucha en la de ellos, pone en evidencia que las acciones concretas se diluyen en las vaguedades que ofrecen las generalizaciones de sus interesados benefactores. "¡Hay que hacer algo!", exclama impotente hacia el final, cuando -ya tarde- toma conciencia de que la nobleza de su causa se convierte en un mero pretexto que los demás utilizan en beneficio propio. La lucha, la rebeldía, el grito de "¡Larga vida a la revolución!" quedan reducidos a una simple pose, a una triste caricatura, a una falacia cuando son defendidos de forma colectiva por organizaciones políticas, encontrando únicamente su auténtico sentido en la dispersión de las individualidades. Pocas veces el expresivo rostro de mamá Küsters congelado al final de la película ha reflejado en la historia del cine de forma tan feroz, resignada y desoladora el punto y final de un viaje que comenzó en la esperanza y concluye en la decepción político-social.

¿Y qué decir de su familia, de sus hijos? Amparados en sus razones particulares, no son capaces de ofrecerles consuelo, comprensión o apoyo alguno, siendo por tanto responsables de arrojarla a las fauces de los políticos. Su nuera, que ha hecho del marido un simple pelele, se dedica a conspirar, a oponerse contra todos, a primar sus deseos, a utilizar de excusa su embarazo para alejarse de la presión mediática realizando un viaje en el momento en que mamá Küsters más los necesita o buscando un piso para independizarse. En cuanto a su hija Corinna, al tiempo que aprovecha despiadadamente los acontecimientos para apuntalar su carrera como cantante, es un personaje realmente extraordinario: mezcla de cinismo y franqueza, es la única que tiene clara la hipocresía, la mentira y la crueldad en que se basa esta sociedad (excusa la actitud carroñera de la prensa sensacionalista porque los periodistas se dedican a cumplir con su trabajo y le advierte de que sus benefactores políticos practican simplemente un comunismo de salón). En clara contraposición a su madre, sabe que para sobrevivir y triunfar en esa sociedad ha de convertirse en un distinguidomiembro de la misma y actuar de acuerdo a sus reglas. A Corinna se debe precisamente uno de los momentos más deliciosamente expresionistas del cine de Fassbinder, remitiendo en lo estilístico directamente a Josef von Sternberg: aquel en que es presentada en su debut por un antológico maestro de ceremonias como "la hija del asesino de la fábrica".

Para plasmar en imágenes la odisea de su protagonista, Fassbinder se sirvió de una modélica puesta en escena y un sutil empleo del fundido en negro: su cámara se desplaza elegantemente por los estrechos interiores de la vivienda de mamá Küsters, recreando un estilizado y asfixiante universo donde más que nunca los marcos de las puertas, los tabiques y los espejos sirven para reforzar las diferencias que separan y aíslan a unos personajes de otros, los conflictos y los intereses personales que los enfrentan, o la soledad en que se sume la protagonista.

Como punto y final, sería injusto concluir este comentario sin destacar la extraordinaria labor de Brigitte Mira a la hora de crear su mamá Küsters, una actriz madura de gran fuerza dramática y emotividad a quien la mayoría de los directores alemanes no habían asignado más que papeles secundarios.


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